Charles
Darwin
La revolución científica del
Renacimiento estableció una nueva astronomía en la que la Tierra dejaba de ser
el centro de la creación; su defensa valió a Galileo un proceso inquisitorial.
Cuando, en el siglo XIX, el naturalista británico Charles Darwin formuló sobre
bases científicas la moderna teoría de la evolución en su obra El origen de las especies (1859), también las más airadas reacciones
procedieron de los estamentos eclesiásticos: el modelo evolutivo cuestionaba el
origen divino de la vida y del hombre. Una vez más (y en ello reside la
trascendencia histórica de la obra de Darwin), los avances científicos
socavaban convicciones firmemente arraigadas, dando inicio a un cambio de
mentalidad de magnitud comparable al de la revolución copernicana.
Charles Darwin
Charles Robert Darwin nació en Sherewsbury el 12 de febrero de
1809. Fue el segundo hijo varón de Robert Waring Darwin, médico de fama en la
localidad, y de Susannah Wedgwood, hija de un célebre ceramista del
Staffordshire, Josiah Wedgwood, promotor de la construcción de un canal para
unir la región con las costas y miembro de la Royal Society. Su abuelo paterno,
Erasmus Darwin, fue también un conocido médico e importante naturalista, autor
de un extenso poema en pareados heroicos que presentaba una alegoría del
sistema linneano de clasificación sexual de las plantas, el cual fue un éxito
literario del momento; por lo demás, sus teorías acerca de la herencia de los
caracteres adquiridos estaban destinadas a caer en descrédito por obra,
precisamente, de su nieto.
Además de su hermano, cinco años mayor que él, Charles tuvo tres
hermanas también mayores y una hermana menor. Tras la muerte de su madre en
1817, su educación transcurrió en una escuela local; en su vejez recordaría su
experiencia allí como lo peor que pudo sucederle a su desarrollo intelectual.
Ya desde la infancia dio muestras de un gusto por la historia natural que él
consideró innato y, en especial, de una gran afición por coleccionar cosas
(conchas, sellos, monedas o minerales), el tipo de pasión «que le lleva a uno a
convertirse en un naturalista sistemático, en un experto, o en un avaro».
Vocación y formación
En octubre de 1825 Darwin ingresó en la Universidad de Edimburgo
para estudiar medicina por decisión de su padre, al que siempre recordó con
cariño y admiración, y con un respeto no exento de connotaciones
psicoanalíticas; la hipocondría de Darwin en su edad adulta combinaría siempre
la desconfianza en los médicos con la fe ilimitada en el instinto y los métodos
de tratamiento de su padre.
El joven Charles, sin embargo, no consiguió interesarse por la
carrera; a la repugnancia por las operaciones quirúrgicas y a la incapacidad
del profesorado para captar su atención, vino a sumarse el creciente
convencimiento de que la herencia de su padre le iba a permitir una confortable
subsistencia sin necesidad de ejercer una profesión como la de médico. De modo
que, al cabo de dos cursos, su padre, dispuesto a impedir que se convirtiera en
un ocioso hijo de familia, le propuso una carrera eclesiástica. Tras resolver
los propios escrúpulos acerca de su fe, Darwin aceptó con gusto la idea de
llegar a ser un clérigo rural y, a principios de 1828, después de haber
refrescado su formación clásica, ingresó en el Christ's College de Cambridge.
En Cambridge, como antes en Edimburgo y en la escuela, Darwin
perdió el tiempo por lo que se refiere al estudio, a menudo descuidado para dar
satisfacción a su pasión por la caza y por montar a caballo, actividades que
ocasionalmente culminaban en cenas con amigos de las que Darwin conservó un
recuerdo (posiblemente exagerado) como de auténticas francachelas. Con todo, su
indolencia quedó temperada por la adquisición de sendos gustos por la pintura y
la música, de los que él mismo se sorprendió más tarde, dada su absoluta
carencia de oído musical y su incapacidad para el dibujo (un «mal irremediable»
que, junto con su desconocimiento práctico de la disección, representó una
desventaja para sus trabajos posteriores).
Charles Darwin (retrato de George Richmond, 1840)
Más que de los estudios académicos que se vio obligado a cursar,
Darwin extrajo provecho en Cambridge de su asistencia voluntaria a las clases
del botánico y entomólogo John Henslow, cuya amistad le reportó «un beneficio
inestimable» y que tuvo una intervención directa en dos acontecimientos que
determinaron su futuro: la expedición a Gales y, sobre todo, el viaje del
Beagle. Al término de sus estudios en abril de 1831, el reverendo Henslow lo
convenció de que profundizase en la geología, materia por la que las clases
recibidas en Edimburgo le habían hecho concebir verdadera aversión, y le
presentó a Adam Sedgwick, fundador del sistema cambriano, quien inició
precisamente sus estudios sobre el mismo en una expedición al norte de Gales realizada
en abril de ese mismo año en compañía de Darwin (treinta años más tarde,
Henslow se vería obligado a defender al discípulo común ante las violentas
críticas dirigidas por Sedgwick a las ideas evolucionistas).
Pero la importancia decisiva de la figura del reverendo en la
vida de Darwin se mide ante todo por el hecho de que fue Henslow quien le
proporcionó a Darwin la oportunidad de embarcarse como naturalista con el
capitán Robert Fitzroy y acompañarle en el viaje que éste se proponía realizar
a bordo del Beagle alrededor del mundo. En un principio su padre se opuso al
proyecto, manifestando que sólo cambiaría de opinión si «alguien con sentido
común» era capaz de considerar aconsejable el viaje.
Ese alguien fue su tío (y
futuro suegro) Josiah Wedgwood, quien intercedió en favor de que su joven
sobrino participase en la expedición; entretanto, el propósito de viajar se
había consolidado en Darwin desde meses antes, cuando la lectura de las obras
del naturalista alemán Alejandro Humboldt suscitó en él un deseo inmediato de visitar
Tenerife y empezó a aprender castellano y a informarse acerca de los precios
del pasaje.
La expedición del Beagle
El 27 de diciembre de 1831 el Beagle zarpó de Davenport con
Darwin a bordo, dispuesto a comenzar la que él llamó su «segunda vida» tras dos
meses de desalentadora espera en Plymouth, mientras la nave era reparada de los
desperfectos ocasionados en su viaje anterior, y después de que la galerna frustrara
dos intentos de partida. Durante ese tiempo, Darwin experimentó «palpitaciones
y dolores en el corazón» de origen más que probablemente nervioso, como quizá
también lo habrían de ser más tarde sus frecuentes postraciones. Sin saberlo,
Darwin había corrido el riesgo de ser rechazado por Robert Fitzroy, ya que el
capitán, convencido seguidor de las teorías fisiognómicas del sacerdote suizo
Johann Caspar Lavater, estimó en un principio que la nariz del naturalista no
revelaba la energía y determinación suficientes para la empresa.
El objetivo de la expedición dirigida por el capitán Fitzroy era
el de completar el estudio topográfico de los territorios de la Patagonia y la
Tierra del Fuego, el trazado de las costas de Chile, Perú y algunas islas del
Pacífico y la realización de una cadena de medidas cronométricas alrededor del
mundo. El periplo, de casi cinco años de duración, llevó a Darwin a lo largo de
las costas de América del Sur, para regresar luego durante el último año
visitando las islas Galápagos, Tahití, Nueva Zelanda, Australia, Mauricio y
Sudáfrica.
El viaje del Beagle
Durante ese período el talante de Darwin experimentó una
profunda transformación. La antigua pasión por la caza sobrevivió los dos
primeros años con toda su fuerza, y fue él mismo quien se encargó de disparar
sobre los pájaros y animales que pasaron a engrosar sus colecciones; poco a
poco, sin embargo, esta tarea fue quedando encomendada a su criado a medida que
su atención resultaba cada vez más absorbida por los aspectos científicos de su
actividad.
El estudio de la geología fue,
en un principio, el factor que más contribuyó a convertir el viaje en la
verdadera formación de Darwin como investigador, ya que con él entró
inexcusablemente en juego la necesidad de razonar. Darwin se llevó consigo el
primer volumen de los Principios de geología de Charles Lyell, autor de la teoría
llamada de las causas actuales y que habría de ser su colaborador en la
exposición del evolucionismo; desde el reconocimiento de los primeros terrenos
geológicos que visitó (la isla de Santiago, en Cabo Verde), Darwin quedó
convencido de la superioridad del enfoque preconizado por Lyell.
En Santiago tuvo por vez primera la idea de que las rocas
blancas que observaba habían sido producidas por la lava derretida de antiguas
erupciones volcánicas, la cual, al deslizarse hasta el fondo del mar, habría
arrastrado conchas y corales triturados comunicándoles consistencia rocosa.
Hacia el final del viaje, Darwin tuvo noticia de que Adam Sedgwick había expresado
a su padre la opinión de que el joven se convertiría en un científico
importante; el acertado pronóstico era el resultado de la lectura por el
reverendo Henslow, ante la Philosophical Society de Cambridge, de algunas de
las cartas remitidas por Darwin.
El Beagle en Tierra del Fuego
De entre los logros científicos obtenidos por Darwin durante el
viaje, el primero en ver la luz (1842) sería la teoría sobre la formación de
los arrecifes de coral por el crecimiento de éste en los bordes y en la cima de
islas que se iban hundiendo lentamente. Junto a esta hipótesis y al
establecimiento de la estructura geológica de algunas islas como Santa Elena,
es preciso destacar el descubrimiento de la existencia de una cierta semejanza
entre la fauna y la flora de las islas Galápagos con las de América del Sur,
así como de diferencias entre los ejemplares de un mismo animal o planta
recogidos en las distintas islas, lo que le hizo sospechar que la teoría de la
estabilidad de las especies podía ser puesta en entredicho. Fue la elaboración
teórica de esas observaciones la que, años después, resultó en su enunciado de
las tesis evolutivas.
Los frutos de un viaje
Darwin regresó a Inglaterra el 2 de octubre de 1836; el cambio
experimentado en esos años debió de ser tan notable que su padre, «el más agudo
observador que se haya visto, de natural escéptico y que estaba lejos de creer
en la frenología», dictaminó al volverlo a ver que la forma de su cabeza había
cambiado por completo. También su salud se había alterado; hacia el final del
viaje se mareaba con más facilidad que en sus comienzos, y en el otoño de 1834
había estado enfermo durante un mes. Se ha especulado con la posibilidad de
que, en marzo de 1835, contrajera una infección latente de la llamada
enfermedad de Chagas como consecuencia de la picadura de un insecto.
De todos modos, desde su llegada hasta comienzos de 1839, Darwin
vivió los meses más activos de su vida, pese a las pérdidas de tiempo que le
supuso el sentirse ocasionalmente indispuesto. Trabajó en la redacción de su
diario del viaje (publicado en 1839) y en la elaboración de dos textos que
presentaban sus observaciones geológicas y zoológicas. Instalado en Londres
desde marzo de 1837, se dedicó a «hacer un poco de sociedad», actuando como
secretario honorario de la Geological Society y tomando contacto con Charles
Lyell.
Charles Darwin (detalle de un retrato de John Collier, 1881)
En julio de ese año empezó a escribir su primer cuaderno de
notas sobre sus nuevos puntos de vista acerca de la «transmutación de las
especies», que se le fueron imponiendo al reflexionar acerca de sus propias
observaciones sobre la clasificación, las afinidades y los instintos de los
animales, y también como consecuencia de un estudio exhaustivo de cuantas
informaciones pudo recoger relativas a las transformaciones experimentadas por
especies de plantas y animales domésticos debido a la intervención de criadores
y horticultores.
Sus investigaciones, realizadas
sobre la base de «auténticos principios baconianos», pronto le convencieron de
que la selección era la clave del éxito humano en la obtención de mejoras
útiles en las razas de plantas y animales. La posibilidad de que esa misma
selección actuara sobre los organismos que vivían en un estado natural se le
hizo patente cuando en octubre de 1838 leyó «como pasatiempo» elEnsayo sobre el principio de la
población de Thomas Malthus.
Dispuesto como se hallaba, por sus prolongadas observaciones
sobre los hábitos de animales y plantas, a percibir la presencia universal de
la lucha por la existencia, se le ocurrió al instante que, en esas
circunstancias, las variaciones favorables tenderían a conservarse, mientras
que las desfavorables desaparecerían, con el resultado de la formación de
nuevas especies. Darwin estimó que, «al fin, había conseguido una teoría con la
que trabajar»; sin embargo, preocupado por evitar los prejuicios, decidió
abstenerse por un tiempo de «escribir siquiera el más sucinto esbozo de la
misma». En junio de 1842 se permitió el placer privado de un resumen muy breve
(treinta y cinco páginas escritas a lápiz), que amplió hasta doscientas treinta
páginas en el verano del año 1844.
Darwin había contraído matrimonio el 29 de enero de 1839 con su
prima Emma Wedgwood. Residieron en Londres hasta septiembre de 1842, cuando la
familia se instaló en Down, en el condado de Kent, buscando un género de vida
que se adecuase mejor a los frecuentes períodos de enfermedad que, a partir del
regreso de su viaje, afligieron constantemente a Darwin. Por lo demás, los años
de Londres fueron, por lo que a vida social se refiere, el preludio de un
retiro casi total en Down, donde vivió hasta el final de sus días. El 27 de
diciembre de 1839 nació el primer hijo del matrimonio, y Darwin inició con él
una serie de observaciones, que se prolongaron a lo largo de los años, sobre la
expresión de las emociones en el hombre y en los animales. Tuvo diez hijos,
seis varones y cuatro mujeres, nacidos entre 1839 y 1856, de los que dos niñas
y un niño murieron en la infancia.
Emma Wedgwood
Durante los primeros años de su
estancia en Down, Darwin completó la redacción de sus trabajos sobre temas
geológicos y se ocupó también de una nueva edición de su diario de viaje, que
en un principio había aparecido formando parte de la obra publicada por Fitzroy
sobre sus expediciones; en las notas autobiográficas que redactó en 1876
(reveladoramente tituladas Recollections of the
Development of my Mind and Character), Darwin reconoció que «el
éxito de este mi primer retoño literario siempre enardece mi vanidad más que el
de cualquier otro de mis libros».
De 1846 a 1854, Darwin estuvo ocupado en la redacción de sus
monografías sobre los cirrípodos, por los que se había interesado durante su
estancia en las costas de Chile al hallar ejemplares de un tipo que planteaba
problemas de clasificación. Esos años de trabajo sirvieron para convertirlo en
un verdadero naturalista según las exigencias de su época, añadiendo al
aprendizaje práctico adquirido durante el viaje la formación teórica necesaria
para abordar el problema de las relaciones entre la historia natural y la
taxonomía. Además, sus estudios sobre los percebes le reportaron una sólida
reputación entre los especialistas, siendo premiados en noviembre de 1853 por
la Royal Society, de la que Darwin era miembro desde 1839.
La teoría de la evolución
A comienzos de 1856, Charles Lyell aconsejó a Darwin que trabajara en el
completo desarrollo de sus ideas acerca de la evolución de las especies. Darwin
emprendió entonces la redacción de una obra que, aun estando concebida a una
escala tres o cuatro veces superior de la que luego había de ser la del texto
efectivamente publicado, representaba, en su opinión, un mero resumen del
material recogido al respecto.
Pero cuando se hallaba hacia la
mitad del trabajo, sus planes se fueron al traste por un suceso que precipitó
los acontecimientos: en el verano de 1858 recibió un manuscrito que contenía
una breve pero explícita exposición de una teoría de la evolución por selección
natural, que coincidía exactamente con sus propios puntos de vista. El texto,
remitido desde la isla de Ternate, en las Molucas, era obra deAlfred Russel Wallace, un
naturalista que desde 1854 se hallaba en el archipiélago malayo y que ya en
1856 había enviado a Darwin un artículo sobre la aparición de especies nuevas
con el que se sintió ampliamente identificado.
En su nuevo trabajo, Wallace hablaba, como Darwin, de «lucha por
la existencia», una idea que, curiosamente, también le había venido inspirada
por la lectura de Malthus. Darwin puso a Lyell en antecedentes del asunto y le
comunicó sus vacilaciones acerca de cómo proceder respecto a la publicación de
sus propias teorías, llegando a manifestar su intención de destruir sus propios
escritos antes que aparecer como un usurpador de los derechos de Wallace a la
prioridad.
El incidente se saldó de manera salomónica merced a la
intervención de Lyell y del botánico Joseph Dalton Hooker, futuro director de
los Kew Gardens creados por su padre y uno de los principales defensores de las
teorías evolucionistas de Darwin, con quien le unió una estrecha amistad desde
1843. Siguiendo el consejo de ambos, Darwin resumió su manuscrito, que fue
presentado por Lyell y Hooker ante la Linnean Society el 1 de julio de 1858,
junto con el trabajo de Wallace y con un extracto de una carta remitida por
Darwin el 5 de septiembre de 1857 al botánico estadounidense Asa Gray, en el
que constaba un esbozo de su teoría.
Alfred Wallace no puso nunca en cuestión la corrección del
procedimiento; más tarde, en 1887, manifestó su satisfacción por la manera en
que todo se había desarrollado, aduciendo que él no poseía «el amor por el
trabajo, el experimento y el detalle tan preeminente en Darwin, sin el cual
cualquier cosa que yo hubiera podido escribir no habría convencido nunca a
nadie».
El origen de las especies
Tras el episodio, Darwin se vio
obligado a dejar de lado sus vacilaciones por lo que a la publicidad de sus
ideas se refería, y abordó la tarea de reducir la escala de la obra que tenía
entre manos para enviarla cuanto antes a la imprenta; en «trece meses y diez
días de duro trabajo» quedó por fin redactado el libro Sobre el origen de las especies
por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas
en la lucha por la vida, largo título que es casi la enunciación
de su tesis y que suele abreviarse como El origen de las especies. Los
primeros 1.250 ejemplares se vendieron el mismo día de su aparición, el 24 de
noviembre de 1859.
Las implicaciones teológicas de la obra, que atribuía a la
selección natural facultades hasta entonces reservadas a la divinidad, fueron
causa de que inmediatamente empezara a formarse una enconada oposición,
capitaneada por el paleontólogo Richard Owen, quien veinte años antes había
acogido con entusiasmo las colecciones de fósiles traídas por Darwin de su
viaje.
En una memorable sesión de la
British Association for the Advancement of Science que tuvo lugar en Oxford el
30 de junio de 1860, el obispo Samuel Wilberforce, en calidad de portavoz del
partido de Owen, ridiculizó con brillante elocuencia las tesis evolucionistas,
provocando una contundente réplica por parte del zoólogo Thomas Henry Huxley,
que fue el principal defensor ante la oposición religiosa de las tesis de
Darwin, ganándose el sobrenombre de su bulldog. A la
pregunta de Wilberforce sobre si a Huxley le hubiera sido indiferente saber que
su abuelo había sido un mono, la respuesta inmediata fue, según el testimonio
de Lyell: «Estaría en la misma situación que su señoría».
Darwin en una imagen tomada hacia 1874
Darwin se mantuvo apartado de
la intervención directa en la controversia pública hasta 1871, cuando se
publicó su obra El origen del hombre y la
selección en relación al sexo, donde expuso sus argumentos
en favor de la tesis de que el hombre había aparecido sobre la Tierra por
medios exclusivamente naturales. Tres años antes había aparecido su estudio
sobre la variación en animales y plantas por los efectos de la selección
artificial, en el que trató de formular una teoría sobre el origen de la vida
en general («pangénesis»), que resultó ser la más pobre de sus aportaciones a
la biología.
En 1872, con La expresión de las emociones
en el hombre y en los animales, obra seminal de lo que luego
sería el estudio moderno del comportamiento, Darwin puso fin a sus
preocupaciones por los problemas teóricos y dedicó los últimos diez años de su
vida a diversas investigaciones en el campo de la botánica. A finales de 1881
comenzó a padecer graves problemas cardíacos, y falleció a consecuencia de un
ataque al corazón el 19 de abril de 1882.
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